QUE BONITA FAMILIA
Los gringos son, que duda cabe, los maestros de las series de televisión. A través de este genero han difundido sus modelos de vida por décadas, de ahí que temas y contenidos sean elegidos siempre sobre la base de dos criterios fundamentales: trasmitir los valores del establishment y capturar la atención de los televidentes. Una de sus vetas preferidas ha sido la familia, eterno núcleo de la sociedad en los que se reflejan de manera privada, pero muy clara, los cambios que suceden en el exterior.
En los 50 el conservadurismo y las buenas costumbres norteamericanas tuvieron su mejor vitrina en “Papa lo sabe todo”(titulo impensable ahora cuando no es políticamente correcto resaltar los valores masculinos sobre los femeninos); la carrera a la luna de los años 60 se promociono a través de la familia Robinson en “Perdidos en el espacio”, pero en los 70, el desenfreno social y la resaca posthippie le complicaron la vida a los productores de televisión, quienes no se atrevieron a mostrar la realidad en pantallas y prefirieron este movimiento de jóvenes enloquecidos con modelos de buenas costumbres y salidos valores. Aparecieron así dos de las familias más ejemplares de la historia: Los Waltons (1972-1981), y los Ingalls (1974-1983). Y ya que los valores tradicionales no estaban de moda, hubiera sido ridículo darles una ambientación moderna a estas series, por eso a los Waltons los mandaron a los años de la Depresión, en los que la crisis económica solo podía sobrellevarse gracias a la unión familiar, y a los Ingalls los largaron hasta el siglo anterior, en el que los primeros pioneros hacían la América luchando contra apaches, heladas y territorios agrestes.
Pero la idea de que los Ingalls vivieran en el lejano oeste no salió de la imaginación de ningún talentoso libretista de enlatados; si no en la novela The Little House On The Praire (1935) en la cual se baso la serie. Laura Elizabeth Ingalls fue una niña de carne y hueso que nació en 19867 y lucho con su familia para forjarse un futuro en las praderas de Kansas, tuvo una niñez difícil pero plagada de buenos recuerdos que narraba siempre a sus hijos y nietos. Fue así que, ya anciana, se animó escribir su historia y esta rápidamente se convirtió en un best seller en los Estados Unidos. Como el libro de memorias de Laura Ingalls, un clásico de la literatura infantil de sólido éxito, reunía todos los requisitos para convertirse en un dechado de buenas costumbres, los productores de la NBC no dudaron en aprovecharlo. Aunque resulte extraño, mientras el aborto, el divorcio y las drogas entraban por la puerta principal de los hogares, las familias de todo el mundo se sentaban frente al televisor a disfrutar las vicisitudes de un padre abnegado dispuesto a sacar a sus “mujercitas” adelante, una madre linda y trabajadora, y una hijas amorosas, aplicadas y siempre dispuestas a escuchar el consejo paterno.
Tal vez el éxito de la serie tuvo mas que ver con los giros que dio en sus nueve años de trasmisión que en los argumentos originales de la novela. En primer lugar, la serie giraba en torno a dos personajes muy bien logrados: Charles Ingalls (Michael Landon) era un padre con el que toda niña soñaba: guapo, tierno, comprensivo, chancletero (todos sus hijos hombres adoptados o propios mueren en algun momento de la serie) y enamoradísimo de su mujer, y Laura Ingalls (Melissa Gilbert), mas que una niña gansa era una mocosa traviesa. Ambos se profesaban un amor filial casi edipico al que ningún corazón podía resistirse. El resto de la familia acompañaba a la dupla de oro: la súper mama Carroline dejaba a toda la tele audiencia babeando por sus provocadoras tartas; Mary, la hermana linda de Laura, tuvo el acierto de quedarse ciega para no opacar con su belleza a la verdadera estrella; Carrie era la tipica hermanita menor torpe que inspiraba mas pena que rabia, ¿o acaso no la recuerdan rodando por las praderas en todos los finales de la serie?
Pero como no todo debía ser color de rosa, los productores crearon a la antifamilia: los Oleson, cuya misión era contrarrestar los melosos efectos de la sagrada familia. Estos tenían mucha plata pero nada más. La vieja formula de la familia y la antifamilia sirvió para darle a la serie la cuota necesaria de conflicto e insidia, sin la cual la audiencia hubiera muerto empalagada; e incluso fue repetida con los años en series familiares contemporáneas, solo que con un sentido absolutamente inverso: los Flanders (vecinos religiosisimos de los Simpson) mas que un ejemplo a seguir son una parodia de una familia de nerds; y los D´Arcy (insoportables vecinos de los Bundy, en Matrimonio con hijos) simbolizan el éxito económico de toda familia inteligente sin hijos.Una de dos: o el mundo termino de ponerse de cabeza la televisión decidió enfrentar la realidad; lo cierto es que muchos años después de su creación, la pobre familia Ingalls quedo desplazada –quien lo hubiera dicho- por modelos más cercanos a sus rivales los Oleson. Por suerte para quien escribe, no murio de empacho al mancarse semejanse melodrama, en su lugar siempre prefirió las series no convencionales. ¡Vivan los Flanders!
En los 50 el conservadurismo y las buenas costumbres norteamericanas tuvieron su mejor vitrina en “Papa lo sabe todo”(titulo impensable ahora cuando no es políticamente correcto resaltar los valores masculinos sobre los femeninos); la carrera a la luna de los años 60 se promociono a través de la familia Robinson en “Perdidos en el espacio”, pero en los 70, el desenfreno social y la resaca posthippie le complicaron la vida a los productores de televisión, quienes no se atrevieron a mostrar la realidad en pantallas y prefirieron este movimiento de jóvenes enloquecidos con modelos de buenas costumbres y salidos valores. Aparecieron así dos de las familias más ejemplares de la historia: Los Waltons (1972-1981), y los Ingalls (1974-1983). Y ya que los valores tradicionales no estaban de moda, hubiera sido ridículo darles una ambientación moderna a estas series, por eso a los Waltons los mandaron a los años de la Depresión, en los que la crisis económica solo podía sobrellevarse gracias a la unión familiar, y a los Ingalls los largaron hasta el siglo anterior, en el que los primeros pioneros hacían la América luchando contra apaches, heladas y territorios agrestes.
Pero la idea de que los Ingalls vivieran en el lejano oeste no salió de la imaginación de ningún talentoso libretista de enlatados; si no en la novela The Little House On The Praire (1935) en la cual se baso la serie. Laura Elizabeth Ingalls fue una niña de carne y hueso que nació en 19867 y lucho con su familia para forjarse un futuro en las praderas de Kansas, tuvo una niñez difícil pero plagada de buenos recuerdos que narraba siempre a sus hijos y nietos. Fue así que, ya anciana, se animó escribir su historia y esta rápidamente se convirtió en un best seller en los Estados Unidos. Como el libro de memorias de Laura Ingalls, un clásico de la literatura infantil de sólido éxito, reunía todos los requisitos para convertirse en un dechado de buenas costumbres, los productores de la NBC no dudaron en aprovecharlo. Aunque resulte extraño, mientras el aborto, el divorcio y las drogas entraban por la puerta principal de los hogares, las familias de todo el mundo se sentaban frente al televisor a disfrutar las vicisitudes de un padre abnegado dispuesto a sacar a sus “mujercitas” adelante, una madre linda y trabajadora, y una hijas amorosas, aplicadas y siempre dispuestas a escuchar el consejo paterno.
Tal vez el éxito de la serie tuvo mas que ver con los giros que dio en sus nueve años de trasmisión que en los argumentos originales de la novela. En primer lugar, la serie giraba en torno a dos personajes muy bien logrados: Charles Ingalls (Michael Landon) era un padre con el que toda niña soñaba: guapo, tierno, comprensivo, chancletero (todos sus hijos hombres adoptados o propios mueren en algun momento de la serie) y enamoradísimo de su mujer, y Laura Ingalls (Melissa Gilbert), mas que una niña gansa era una mocosa traviesa. Ambos se profesaban un amor filial casi edipico al que ningún corazón podía resistirse. El resto de la familia acompañaba a la dupla de oro: la súper mama Carroline dejaba a toda la tele audiencia babeando por sus provocadoras tartas; Mary, la hermana linda de Laura, tuvo el acierto de quedarse ciega para no opacar con su belleza a la verdadera estrella; Carrie era la tipica hermanita menor torpe que inspiraba mas pena que rabia, ¿o acaso no la recuerdan rodando por las praderas en todos los finales de la serie?
Pero como no todo debía ser color de rosa, los productores crearon a la antifamilia: los Oleson, cuya misión era contrarrestar los melosos efectos de la sagrada familia. Estos tenían mucha plata pero nada más. La vieja formula de la familia y la antifamilia sirvió para darle a la serie la cuota necesaria de conflicto e insidia, sin la cual la audiencia hubiera muerto empalagada; e incluso fue repetida con los años en series familiares contemporáneas, solo que con un sentido absolutamente inverso: los Flanders (vecinos religiosisimos de los Simpson) mas que un ejemplo a seguir son una parodia de una familia de nerds; y los D´Arcy (insoportables vecinos de los Bundy, en Matrimonio con hijos) simbolizan el éxito económico de toda familia inteligente sin hijos.Una de dos: o el mundo termino de ponerse de cabeza la televisión decidió enfrentar la realidad; lo cierto es que muchos años después de su creación, la pobre familia Ingalls quedo desplazada –quien lo hubiera dicho- por modelos más cercanos a sus rivales los Oleson. Por suerte para quien escribe, no murio de empacho al mancarse semejanse melodrama, en su lugar siempre prefirió las series no convencionales. ¡Vivan los Flanders!
1 Comments:
Ohhh los Ingalls... yo la veía con mi abuela, sentado a sus pies (cual perrito british jajaja)...
No se me había ocurrido mirar la serie 'en contexto' y hacer las comparaciones y paralelos con otras series.
¡Me encantó esta entrada!
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