lunes, noviembre 05, 2007

LO QUE ELLOS PIENSAN

Los últimos tiempos han sido de descubrimiento. Pese a que a veces ando un tanto inconforme con mi lado animal, se me ha revelado un universo que yo no pensé descubrir. En mi día a día rodeado de animales, he tratado de descubrir que se esconde detras de una mirada que yo siempre considereré perdida, incierta, como sabiendose domesticado y usado.

¿Alguna vez has mirado realmente a un animal a los ojos? Piénsalo bien, casi todos lo hemos hecho alguna vez, pero de pasadita; casi siempre para burlarnos de aquella mirada cómica que baja la cabeza ante nuestra mano, que instintivamente se ha dejado querer y profanar ante nuestra dizque grandiosidad. Pero esa mirada perdida y vencida esconde algo más. En mis ratos libres como tesista ponía en práctica un ejercicio muy sencillo: me sentaba a mirar a los animales a los ojos y por largo tiempo, podía ser un cerdo un día, un cuy al día siguiente y un perro guardián al siguiente a éste. Siempre tomándome mi tiempo sin aprovecharme ni mofarme de ellos, si no, presentándome con humildad como un animal más, el resultado fué más que interesante.

Los animales saben algo más de lo que nosotros creemos y no es que lo intuyan o sea puro instinto, es casi tangible y si no descubrí que es, se debe a su incapacidad para comunicarse con las palabras y a mi incapacidad para comunicarme con las miradas. Pero creanme, esa mirada que siempre consideré vacía y perdida, oculta algo más. Podría ser sabiduría o un reclamo por una vida digna, ellos desconfían de nosotros y no se han tragado el cuento de que han sido domesticados a nuestro antojo para servirnos de la manera más conveniente. Desde que descubrí todo esto ya no los censuro pues me parece una necedad, yo también quisiera dejarme llevar por ese lado enigmático y con cierta sorna, como sabiandose poseedor de una gran información vital. Es curioso que diga esto luego de años de dizque afinidad con este género considerado inferior a nosotros pero al que siempre creí conocer.

También les tengo una anécdota que podría ayudarnos a descubrir (o compartir) que esconde (o se calla) un animal.
Ya les había contado que la primera clase práctica del curso de equinos en la universidad me caí de cabeza del caballo pero había omitido ciertos detalles. Detalles vitales como que para siquiera pretender acercarte a este tipo de animales, debes empezar con humildad, primero haciendo contacto visual, evitando esa sana desconfianza del animal para luego ir ganándotelo, acercandote de a pocos hasta que pueda olerte, y sobre todo, mirarte. Los caballos SIEMPRE te miran a los ojos y desconfían SIEMPRE de alguien que se acerca por detrás. El primer ejercico antes de montar a un caballo es ganarte su respeto, abriendote a un nivel que el animal comprenda tus sanas intenciones, evitando siempre los movimientos bruscos. Sólo cuando esto sucede, el caballo se deja querer y puedes empezar a acariciarlo sin temor a que de coces de imprevisto, he ahí su sabiduría natural: la desconfianza hacia nuestro género.

El caballo que me fué asignado para la primera clase de montar aquella vez fué una yegua con nombre de exótica flor. Seguí todos los pasos previos para ganarme su confianza, llegado el momento empecé a acariciarla y ella empezó a olerme en señal de aprobación, ya podía acceder al siguiente paso, que eran ejercicios de montar sin llegar siquiera a eso, la idea era que el animal se acostumbre a nuestro peso y nuestros torpes movimientos en pos de ese objetivo. Cuando finalmente iba a montar a la yegua, yo ya comprendía de alguna manera que estos animales son realmente los más NOBLES que existen en nuestro muestrario, tanto tiempo subestimados por perros, gatos y otros animales de compañía pero que tampoco se tragan el chiste de nuestro brazo seductor y de vez en cuando se sublevan (quien no haya tenido jamás un arañazo de perro o gato, que levante la mano).

Antes de continuar con mi relato debo aclararles que en la clase aquella iba a montar al animal sin ningun tipo de montura para cavalgar, únicamente una soguilla puesta con técnica que hacía las veces de aperos era el medio para lograr magno objetivo. Así, en mi primer intento caí de cabeza, esa ya lo sabíamos. En el segundo intento no conseguí ni levantar la pierna para pazarla al otro lado del animal (es vergonzoso confesar mi poca flexibilidad); recuerdo que todos los demás compañeros ya habían conseguido montar a su animal, excepto una flaca tímida (o constipada) y yo. Yo no la conocía, nunca había intercambiado una frase con ella pero esa mañana me dijo que me acompañaría todo el tiempo que fuera necesario hasta que yo lograra montar al animal. Yo suspire aliviado, luego avergonzado... había inspirado lástima. Que patética escena.

La clase del día concluía luego de dar un par de vueltas por los campos de la universidad y volver con el caballo a voluntad, bajarse con gallardía y guardarlo nuevamente en la caballeriza. Los compañeros ýa empezaban a marcharse y yo seguía sin lograr mi objetivo, aunque ya para entonces había logrado montar al animal pero la yegua no respondía a mis golpecitos con el talón del zapato ni a mis "arres" con los aperos de soguilla, la yegua no se movió ni un ápice, parecía plantada en aquel lugar. Y para variar, seguía cayendome del animal, por cualquiera de los lados y lo peor era que caía mal... de costado, de culo, del otro costado. El profesor se había propuesto hacerme montar a como de lugar y lo tenía estampado en mi cara estrujándome mi falta de caracter; a tanto llegó la situación que el profe al borde del soponcio me consiguió unos baldes para hacerle de escalinata para hacer mas sensilla mi trepada a la yegua maldita, además del otro lado podía sujetarme de una de las paredes de la caballeriza, así que andaba bien seguro por ambos lados. Pero igual terminé estrellandome sobre los baldes o empotrado en la pared. No había manera. La flaca aquella que había prometido acompañarme, así lo hizo, me acompaño hasta que acabó la clase y se fué... y la odié... y no volví a intercambiar con ella una frase más.

Llegado el momento la yegua cedió y no solo se movio, corrió con furia contenida y el profesor sudaba frío por que sabía que si me caía y algo me pasaba, el seguro de la universidad no cubriría jamás ese accidente. No llegué ni a dar un tercio del recorrido que hicieron mis demás compañeros, cuando el animal a voluntad regresó a la caballería. Ni me había bajado cuando escuché al profe murmurar algo mientras se retiraba a su auto: "bien hecho, ahora guardala". Y se marchó. Así que todo sudoroso, sucio y con mi orgullo literalmente pisoteado (por un caballo) guarde al animal y me tumbé al piso en el acto. Exhalando aire y polvo residual, me prometí internamente no volver a la clase nunca más y retirarme de manera cobarde. Cuando en eso siento un aleteo caliente en mi cabello, luego en mi cara. Era la yegua aquella, que me daba lenguetazos de arriba a abajo y no paraba, logró sacarme un par de carcajadas y casi una lágrima (no lloré por que soy bien machito jaja). No había más que decir, lo había comprendido todo. Las palabras eran innecesarias.

Esa tarde me fuí a casa pensando que había hecho mal y luego fuí más profundo: ¿que había percibido en mí, un animal así? Quizás mi inocencia, mis vergüenzas, mi altanería, mi pose, mi aura, mi hedor, mi sobre exigido corazón. Quien sabe, pero esa misma sensacíón la he descubierto en muchos animales más y me ha despertado curiosidad, intriga y pasión. Y me lo he tomado en serio, ya que en estos tiempos nadie se toma en serio a los animales y ahí es donde entro yo. Para hacer el balance y compartir mi experiencia.
De la yegua aquella, me acompañó durante todo el semestre académico que duró el curso y finalizado este, periódicamente me daba escapadas en mis tiempos libres a la granja para limpiarle los cascos, pasarle el escobillón sobre su crin y mi mano desnuda sobre su cuello; en retribución no sólo me reconocía, me olía y según su humor me olfateaba en el cuello. Quería hacerle sentirse querida y nunca tuve problemas para volver a montar ni me caí del caballo más. Dejé de visitarla cuando descubrí que otras manos la querían con tanta deboción como las mías, sentí envidia y mucha fascinación, pues ese mismo sentimiento que me había trasmitido se lo había hecho sentir a alguien más. Esa es la SABIDURIA, aquella que se escondía en esa mirada de desconfianza pero que me dejó uno de los recuerdos mas agradables de la currícula universitaria. Ante eso yo celebro y descubro fascinado lo que se esconde del lado animal, que se lo guarda, se lo calla; pero de todas maneras te lo hará saber.

9 Comments:

Blogger Dragón del 96 said...

"Cuando finalmente iba a montar a la yegua..." se te escuchó muy semental. Buena Pao!

"El profesor se había propuesto hacerme montar a como de lugar..." y esto sonó... medio raro.

Yo suelo mirar a los ojos a mis mascotas. A mis perros, a mis pericos, a mis hamsters, incluos a mi nueva rana, pero de quien si he sentido desconfianza siempre, son de los gatos. Es cierto, te creo, la mirada que te dan genera en muchos casos miedo o desconfianza, y sé que fallo en hacer entender lo contrario. Trabajaré con mi mirada.

Slaudos.

No me gusta hacer propaganda de los posts que escribo, por que... bueno, no me gusta (no digo nada pq sino media blogosfera se me echa encima - si ya sé como sonó eso). Pero hice un post contando mis estadisticas y sales en el Top Ten Comentarista. Gracias por la preferencia.

Slau2.

3:35 a.m.  
Blogger Yani said...

tu historia con la yegua es un ejemplo del universo que hay por descubrir mas allá del mundo humano. Basta leer a Frans de Waal y sus libros sobre la conducta de primates << simples monos? para nada! todo un mundo de sabiduría.

Saludos!

4:46 a.m.  
Blogger MAR said...

Pao: me gusta tanto tu post…sabes…yo amo a los animales con toda mi alma, no imagino mi vida sin ellos, desde que nací he tenido perros, gatos, conejo, hamster, patitos, claro en la niñez sobre todo casi un zoológico, ahora tuve un perro 7 años y murió, casi muero de pena, al tiempo prometí para no sufrir no tener ningún otro “animal” pero una gatita de la calle vino a parir en mi bodega y me quede con ella y sus hijas…esto de ser sensible jeje tengo 4 gatas y soy feliz, me encantan, las amo, y yo sé que ellas me aman a mi, me lo demuestran de mil maneras…como dices tú , con la mirada, de mil formas y me encanta!!!!
Lo de tu exótica flor, me hizo reír harto, pero luego me emocione…yo pienso como tú y muchas veces veo que los seres humanos son unos animales y los “animales” son unos verdaderos seres de luz.
Te quiero Pao, me gusto todo lo que dejaste en mi blog, eres importante para mi, me gusta como eres, mil besos con todo mi cariño y gracias por ser mi amigo.
(disculpa lo largo del comentario)
mar de Chile

10:22 a.m.  
Blogger Currito said...

Me gustó mucho su relato. En principio, no todos los animales bajan la cabeza, sumisos. Es el caso de los gatos, que aguantan la mirada desafiando a su interlocutor. Un abrazo.

10:39 a.m.  
Blogger Yani said...

Pao, volví a postear. Saludos!!

12:31 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Estimado Pao, primero agradezco tu extenso comentario, y suscribo lo que mencionas ahí.

Ahora en relación con tu post, quien puede estar en desacuardo?, bueno yo no, me queda claro qeu los animales tienen una sabiduria que proviene del aprendizaje real de las cosas, de la mantención de sus instintos básicos. Yo no me burlo jamás de ellos, por que como tu bien dices, si uno presta atención nos pueden enseñar mucho, de hecho te recomiendo el último post en el blog de Yanina (http://www.diariodeunaexpat.blogspot.com/) habla sobre eso.

Sobre los caballos, solamente puedo decir que son animales maravillosos, nobles desde el fondo de la humildad. Sin ánimos de hacer paralelos, me recuerda un poco a la película El Señor de los Caballos, con Robert Redford.

Nos leemos.

4:44 p.m.  
Anonymous Anónimo said...




Yo quiero un caballo o una "caballa" jijijii


Besho!!

Pd: Sorry estoy media sonsa hoy jajaja


11:39 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Hola Pao!! me gustó mucho tu post.
Siempre he pensado que son los animales los que nos adoptan y no a la inversa. Desde chica he tenido afinidad con los perros y caballos en especial. Estoy segura de que mi perro entiende perfectamente mis estados de ánimo, somos grandes amigos, él no necesita hablar para entendernos.
Un beso

4:40 p.m.  
Blogger Najla said...

Si es cierto... hay que ganarselos... por algo dicen que los perros y los felinos.... huelen el miedo.... ya que segregamos sustancias que los ponen en alerta.. entonces nos atacan con mas facilidad... Creo que no es un juego esto de oler el miedo... jejeje

Saludos... y una suave mirada. para ti...

3:24 p.m.  

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