PELICULAS IMPRESCINDIBLES: LA DELGADA LINEA ROJA

Pero el tercer largometraje de Malick en veinticinco años no es una película antibélica, ni bélica, y por momentos uno se ve tentado de decir que esta sucesión de horizontes filosos y primeros planos ni siquiera es una película. La enorme ambición de estas imágenes y sonidos se propone cuestionar temas como la vida y la muerte, el amor y el odio, el mundo, la naturaleza, la humanidad y otros de similar tenor. Film excéntrico y libre, el estar vaciado de temor al ridículo le permite acceder a lo sublime. Los elementos genéricos que toma de la tradición bélica (las cartas de amor, el recuerdo de los seres queridos, el enfrentamiento a las decisiones de los superiores, incluso el reparto multiestelar masculino) son subvertidos, embellecidos y nunca envilecidos, para ser vertidos en un, por una vez es justo y correcto decirlo, poema fílmico.
Mientras vivimos en un mundo que, a fuerza de eslóganes y fanfarrias de serialización periodístico, intenta disecar la complejidad del mundo y ofrece bestiales simplicidades supuestamente emotivas, La delgada línea roja se carga el dolor de la guerra, sus razones y sinrazones, su locura y también su cordura. Lejos de los facilismos pacifistas y más lejos aun del menor atisbo de cinismo, Terrence Malick usa La delgada línea roja, que a su vez usa la guerra como tema que ofrece muchas derivas, para cuestionar el modo en que experimentamos nuestras seguridades, el modo en que vivimos nuestros supuestos y la manera en la que creemos que la realidad es eso que estamos convencidos de conocer o desconocer; para el caso es lo mismo, el problema es la asertividad. Tal vez suene muy pero muy ingenuo, pero La delgada línea roja devuelve con extrema lucidez intelectual todas las lágrimas que hace brotar cada vez que la vemos.









































